Las redes sociales son parte de esta sociedad líquida, instantánea, hipercomunicada y volátil. Ni buenas ni malas per se, son herramientas de cuyo uso depende su enjuiciamiento moral.
No seré yo quien las ensalce como la nueva Meca ni quien las aniquile como las causantes de los males de nuestro tiempo. Ni son la caja de pandora ni son la panacea.
El potencial de las redes sociales
Para un escritor son un medio de un gran potencial. Y no me refiero solo a la capacidad de promoción que ofrecen y a sus infinitas posibilidades de divulgación de la obra, que son incuestionables.
Me refiero, sobre todo, a los puentes que podemos tender gracias a ellas.
Sí, puentes.
Suelo decir que lo más hermoso que me ha dado la publicación de mis novelas ha sido el poder tender puentes.
Para un escritor, no cabe duda, las redes sociales son el camino para enlazar sus letras con quienes las leen.
En este punto, cada vez que, mediante mis cuentas de twitter o instagram, cuánto más a través de mi página de facebook, alguien se pone en contacto conmigo y me comenta qué le ha parecido tal o cual título, o cada vez que alguien rescata una frase que un día la inspiración puso en mis palabras, o cada vez que una persona recomienda esta o aquella obra, está utilizando las redes para lanzar un puente que une, milagrosa y maravillosamente, la creación de alguien con la receptividad, lo escrito con lo leído, el autor con el lector.
Los puentes, en ocasiones, son efímeros. Se instalan, cumplen su función con una crítica, un elogio o un piropo, y se desmontan. Eso es lo más frecuente.
Considero que el escritor que reniega de esta posibilidad se está privando de una de las facetas más excitantes y humanas del acto de escribir.
De hecho, si tiene sentido la publicación es ésa, la de llegar a la gente. ¡Y qué gratificante es comprobar el retorno!
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Otras veces son puentes duraderos en el tiempo. Se tienden con el pretexto de una lectura, de una portada, de una fotografía; se establecen, como sucede siempre, sin saber cuánto permanecerán y, con el paso de los meses, ambos nos damos cuenta de que han perdurado.
Se llegan a tejer así auténticas redes entre escritores y lectores, hasta el punto de que terminamos por olvidar cuándo empezamos la relación.
Es fascinante ver que hay personas que siguen la vida del escritor a partir de sus publicaciones, fieles, generosas. ¿Cómo renunciar a esa dimensión del acto creativo?
Errores típicos de los escritores en las redes sociales
Para ello, el escritor ha de evitar los tres errores típicos. Conozco muchos escritores que reconocen caer en ellos.
Uno es perder el tiempo en las redes sociales; cuando perdemos la perspectiva y las redes son el objetivo y no la herramienta, empieza a ocupar demasiadas horas, demasiada energía y demasiada obsesión.
El segundo error es no ser sincero, transmitiendo una imagen que no es la verdadera; el escritor, por naturaleza, ha de ser honesto en sus letras y mediante sus letras… y, en especial, honesto con quien le lee.
El tercero es creer que su exposición es inocua. ¡Nada de eso! La exposición en redes sociales es tan beneficiosa o peligrosa para un escritor como para cualquier otra persona; actuar con sentido común es la única vía.
El uso de aplicaciones para gestionar las redes e incluso programarlas, herramientas de planificación y programas de control ayudan al escritor, como a cualquier usuario de redes, a optimizar el tiempo.
Pero considero una equivocación dejar los contenidos en manos de profesionales. Creo que un escritor ha de ser quien genere sus contenidos.
A la larga, se notaría si no fuera así.
Puentes largos, cortos, transoceánicos y locales, duraderos o efímeros, intensos o superfluos, cordiales siempre.
Puentes como forma de enriquecimiento humano.
Puentes como la derivada lógica y reconfortante del hecho de publicar.
Puentes sinceros en los que el lector y el autor establecen su liturgia y comparten. ¿No es el objeto de las redes sociales el compartir?
No concibo escribir sin compartir. No concibo publicar sin tender puentes.
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